jueves, 7 de diciembre de 2017

Del Protomártir Cisterciense.

San Gerardo de Claraval, protomártir del Císter. 7 de diciembre y 8 de marzo.

Fue Gerardo natural de Lombardía y siendo muy joven tomó el hábito cisterciense en Claraval bajo el mandato del gran San Bernardo (20 de agosto). Y el mismo santo le envió a la fundación de Altacumba, en el condado de Saboya. En esta casa brilló con grandes virtudes, especialmente la obediencia, la humildad y el amor a la pobreza. Por ello, sobre 1135, fue elegido para ser fundador y abad de la célebre abadía de Fossanova, Italia. Durante su mandato, que duró 39 años, el monasterio se hizo célebre por su fervor, riquezas y cultivo del saber y el conocimiento. Fue un abad riguroso, pero comprensivo y paciente, nunca castigaba en demasía, era pronto en perdonar y olvidar. Ayunaba y oraba constantemente, y siempre que podía se disciplinaba. 

En 1174 murió el Beato Poncio (3 de septiembre), abad de Claraval, y los monjes de este monasterio eligieron unánimemente a Gerardo por abad. sus primeras acciones fueron luchar por la canonización de San Bernardo, cosa que logró en un año, y la culminación de la iglesia abacial, comenzada por Bernardo. En Claraval Gerardo continuó su plan de vida de ayuno, oración, penitencia y estudio, y aunque las exigencias del gobierno eran aún mayores y estaba obligado a tratar demasiado con el mundo, nunca perdía la presencia de Dios ni la gravedad monástica. Los monjes comprobaron su valía, su celo por la observancia y su delicadeza para corregir y encaminar a sus hijos por el buen camino.

Todos menos uno, cuya escandalosa forma de vivir en el monasterio traía al santo abad por la calle de la amargura. Ni reconvenciones, ni exhortaciones, ni castigos, nada doblegaba al monje rebelde, por lo que Gerardo le envió al monasterio de Igny, gobernado entonces por San Pedro Monóculo (29 de octubre), para que fuera enmendado allí. Y ya veremos luego que pasó.

Comenzó Gerardo una visita a todos los monasterios "hijos" de Claraval, comenzando por Alemania, país donde más fundaciones había que procedían de su abadía. En Tréveris se hospedó en el sitio más humilde de la abadía cisterciense de la ciudad, y allí veneró las reliquias de Santos Eucario, Valerio y Materno (8 de diciembre), conservadas en dicha abadía. Estando en la cripta, frente a las reliquias, comenzó a considerar si no debía abandonar el cayado abacial en manos de otro, y retirarse a la soledad y la oración. Entonces se le aparecieron dichos santos mártires y le consolaron, diciéndole que en breve abandonaría la vida terrenal, pero que debía terminarla gobernando. Esta visión le llenó de gozo y desde ese momento comenzó a prepararse para el "dulce encuentro" redoblando su fervor, penitencias y ayunos.

Continuó su visita pastoral hasta llegar al monasterio de Igny, donde estaba recluido el mal monje. Algunos monjes que le acompañaban le comentaron si no sería más prudente hacer la visita sin dormir allí, y sin alterar mucho con los monjes, no fuera que el monje rebelde le hubiera ganado algunos enemigos. Pero Gerardo no quiso oír hablar de ello, pues supondría faltar a sus obligaciones. Estando para llegar, un monje le suplicó no entrara a Igny, pues presentía que algo terrible pasaría, pero Gerardo le replicó – "Hijo mío, yo no estimo en más la vida temporal que a mí mismo, ni por miedo a la muerte debo dejar de cumplir con los cargos de mi oficio. ¿Quién sabe si esto no será acaso tentación? ¿Y quién duda que Dios es Omnipotente y si quiere me podrá liberar de la muerte que, según tú, me amenaza?" Y sin mediar más palabras, entró al monasterio.

Allí fue recibido con gran alegría por Pedro Monóculo y los monjes. Gerardo les exhortó al cumplimiento de la Regla y a la Observancia Religiosa. Sobre todo les recordó la gran virtud de la caridad, y para dar ejemplo, mandó llamar a su presencia al monje relapso. Cuando lo tuvo enfrente, Gerardo le abrazó y con dulces palabras le recordó que le quería y que el castigo impuesto le dolía tantísimo, pero que su deber era enmendarle y dar buen ejemplo a los demás. El monje no habló ni una palabra, permaneció todo el tiempo con la mirada baja, pero no por verdadera humildad, sino por aparentarla, pues había concebido otros planes.

Al otro día, San Gerardo salió del coro y se encaminó a la iglesia para cantar la Santa Misa. Al doblar por el claustro, salió a su encuentro el monje, que sin mediar palabra, le atravesó el vientre varias veces con una espada, hasta derramarse las entrañas por el suelo. Gerardo le dijo con voz queda: – "Hermano, ya déjalo, pues igual ya de ningún modo podré vivir". El agresor soltó el alfanje y huyó, mientras nuestro santo aún se levantaba de entre la sangre. Logró caminar, bajar las escaleras a la iglesia, pero llegando a la puerta de esta, cayó extenuado. El monje sacristán le vio y socorrió, y recibió sus palabras acerca de que no se persiguiese a su asesino.

Los monjes llevaron al mártir a la enfermería, donde el santo abad aún vivió tres días más para pedir perdón a Dios y a todos por sus pecados, a insistir en el perdón. Murió con una sonrisa en el rostro, a pesar del desangramiento y el dolor. Era el 8 de marzo de 1177. Poco después se le apareció a San Pedro Monóculo, quien estaba agobiado por aquel crimen que se había cometido en su monasterio. San Gerardo le consoló y le dijo que no sufriera por aquello que a él le había logrado el cielo. El cuerpo fue trasladado a Claraval, donde el Monóculo ofició los solemnes funerales, y donde tuvo otra visión del mártir acompañado de San Bernardo. El santo cuerpo fue sepultado en la primera capilla de la iglesia, recibiendo el cariño y devoción de los monjes desde entonces.

En cuanto al agresor, fue excomulgado por el papa Alejandro III, quien sentía un gran afecto por Gerardo. A los pocos años el asesino salió de donde estaba escondido y lleno de arrepentimiento, peregrinó a Roma, para pedir el perdón al Santo Padre. Pero cuando llegó a su presencia, en una Audiencia, y dijo quién era, el papa le empujó de un puntapié y le espetó: "Vete de aquí, hijo de perdición". Algunos cardenales abogaron por el hombre, pues creían que no se le debía negar la misericordia, y que, además, convenía al papa dar ejemplo de magnanimidad. El papa accedió y mandó a buscarle, pero no le hallaron y nunca más se supo de él.

Clemente XI autorizó su culto en 1702 y el 25 de septiembre de 1710 se concedió a la Orden Cisterciense el Oficio Litúrgico de San Gerardo, cuya fiesta se celebraba a 8 de marzo, luego a 7 de diciembre, y hoy ha quedado en el olvido. No hay que confundirle con el Beato Gerardo de Claraval (13 de junio)



Fuente:
-"Medula Histórica Cisterciense". Volumen 3. R.P.F Roberto Muñiz O.CIST. Valladolid, 1784.


A 7 de diciembre además se celebra a
Santa María Josefa Roselló, virgen fundadora.
Santa Azenor de Brest, duquesa y eremita.

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